miércoles, 11 de julio de 2012

Sobre el libro


Supe que esto era un proyecto entero de cuentos y no sólo una cadena de sucesivas narraciones inconexas después de que ocurrieron tres cosas. La primera: dediqué dos años, previos a esta colección, a la hechura de un proyecto de microficciones que me dejó la necesidad de carreras más largas, más hondas. La segunda: sobreviví los meses más difíciles de mi vida casi intacto; léase ese “casi” de un tamaño feroz; léase ese “intacto” con las grafías de lo milagroso. La tercera: escribí bajo pedido cuatro de los cuentos de esta colección; ninguno de ellos se publicó en la antología que le correspondía, al menos no en su forma final. Supe entonces, y después de leerlos de corrido, que no se trataba de narraciones aisladas, sino que compartían varias cosas. De inicio, una: esos primeros cuatro eran la narración larga y honda (obsesiva) de la expiación de tiempos horribles que no ocurrirían nunca.
En cuanto decidí escribir una colección de cuentos, asigné cuatro restricciones a todos ellos. Todos serían del género especulativo: ciencia ficción, terror o fantasía. Todos tendrían una estructura espiral que provocara que cada cuento, aun siendo el infierno personal de un personaje en particular, pudiera extrapolarse como explicación amplia de la realidad. Todos estarían narrados como un texto intencionado y necesario para la vida de cada personaje: en vez de terceras personas omniscientes, escribiría cartas, grabaciones, discursos, confesiones, acaso algún monólogo interno. Todos, finalmente, incluirían un espacio cerrado dentro de la narración. Esto se logró según quiera verse: la fantasía le ganó terreno a los otros dos subgéneros; lo espiral resulta sólo de una lectura benevolente; lo necesario e intencional acabó cediendo a las mañas de los títulos y de los formatos, para bien y para mal. Las habitaciones, esas sí, son todas cerradas.
Cuento todo esto no para determinar la lectura ni para entablar otro tipo de negociación con el lector, sino como un ejercicio posterior a la escritura. Estos defectos míos, estas manías, no deberían interferir en el lector antes de leer. Esa es la razón por la que esta introducción no aparece en el libro, sino en un enlace externo que con toda seguridad no todos los lectores alcanzarán a encontrar; esa es la razón por la que uno de los cuentos de la colección no está impreso: que el lector pueda seguir la espiral fuera del libro (el azar y sus razones también intervinieron para que ese cuento no fuera impreso). Al lector que llegue aquí antes de la lectura (muy probablemente porque este autor no sabe cómo guardar un secreto), no le pido que olvide estos párrafos, sino que los tome según la intención original de estas letras, de estos enlaces externos: si las historias en el libro no logran ser espirales vórtices, espero al menos que este mínimo y fortuito encuentro del libro fuera del libro logre algún vértigo. Piense, querido lector, que mientras yo escribo esto, la posterior lectura está rotundamente predestinada o en absoluto negada. Cualquiera de esas dos opciones podría representar una historia espiral de fantasía.
De los cuentos en particular no quisiera hablar mucho más que ellos mismos. En orden de escritura (porque la estructura final responde a otra cosa; quizá alguien logre ver que esa estructura tiene una lógica parecida a la que planteé párrafos arriba): “Siete cosas sobre Jerónimo”, “La tarde de los edificios intactos”, “Krow” y “El caso Fortes” fueron escritos bajo pedido, con características particulares según el caso. Dos de ellos fueron más o menos exitosos (uno de esos dos agotó muchas noches, y el otro agotó muchas reediciones); “Krow”, que originalmente estaba pensado para una antología de cuentos para jóvenes, fue considerado por la editorial demasiado violento para la lectura de quienes han crecido en un país ensangrentado (como si no fuera violencia negar una realidad, cualquiera); “La tarde de los edificios intactos” empezó como carta de tarot y terminó así. “Experimento 18,681” fue lo que su nombre dice, pero es quizá la llave que abre al resto del libro. “Saudade”, “Hipocampo” y “Presagio” intentan describir experiencias reales; “El Aqueronte” es un cuento con el que fui demasiado injusto. “Los mudos” es un homenaje doble; la historia de los guara-bototí es un robo doble o triple; el ejecutivo de ventas es una pesadilla doble, triple o infinita. El título, que no es poco importante, se me apareció en sueños.
Lo último que debo decir de este libro es que no es azaroso: no he elegido escribir cuentos por considerarlo una empresa sencilla dentro de la megalomanía de la República de las Letras, ni lo he tomado como un entrenamiento menor para intentar después una novela (que dentro de la narrativa se considera mayor, mejor; diría un maestro mío: “cualquier novela, por peor que sea, tiene más visibilidad que el mejor de los libros de cuentos”). Mucho se ha dicho sobre el cuento, sobre su brevedad y su knock-out, sobre la inutilidad de agotar largas novelas para contar historias que se bastan con pocas líneas. Para mí, este ejercicio reúne varias cosas que me son importantes a la hora de leer cualquier cosa: intenta no abusar de las letras; intenta llegar hondo, contar historias totales; intenta reinterpretar una realidad (cualquiera que ella sea); intenta contar mentiras redondas sin necesidad de satisfacer necesidades de longitud planteadas por el mercado; intenta, pues, y como dijo otro autor, ser el libro que siempre quise leer.
Que esto último no se ponga en duda: este libro no es, para nada, lo que siempre quise leer, pero es un intento honesto. Espero que el lector (a quien le estoy profundamente agradecido desde antes de escribir todo esto: el libro, las espirales, estos párrafos subidos de tono), cuando menos, pase un buen rato leyéndolo.


Ruy Feben,
Narvarte, julio de 2012.